No me banco una: padre positivo, padre negativo

Columna de opinión.

Cultura 21/06/2020 Mercedes Fariña
la vida es bella

El 21 de junio y la cuarentena me encontraron viendo “La vita e bella”. 
Para quienes no hayan alcanzado a hacer zapping y parar en el canal Hallmark en su infancia o no frecuenten el cine clásico, bello y que te cambia la vida, ahí les va una pequeña sinopsis.

El año es 1939 y Guido Oréfice, un joven italiano judío que se enamora de Dora, una docente que en ese momento está comprometida con un tipo bigotudo y fascista.
Después de muchos “buongiorno, principessa” y declaraciones de amor casi míticas por parte de Guido, triunfa el amor y se casan. Años después la pareja tiene un hijo, Giosué.
Pero los horrores de la Segunda Guerra Mundial se avecinaban. Padre e hijo son llevados a un campo de concentración y Dora, que no es judía, insiste para que la lleven a ella también, aunque quede separada de su familia, que se encuentra en el sector de hombres.

Por su reticencia a bañarse, Giosué zafa del destino de la cámara de gas junto al resto de los niños y su padre hará todo lo posible no sólo para que el chiquito sobreviva, sino para que crea que la vida es bella y que todo lo que están viviendo es sólo un juego.
No llorar porque se extraña a “la mamma”, no pedir comida ni caramelos, permanecer escondido en ciertos horarios son algunas de las reglas que Guido estipula para sumar puntos y ser ganadores del juego. El premio: Un tanque de guerra.

Al margen de que les recomiendo fuertemente verla y deleitarse con la actuación y dirección de Roberto Benigni, les invito a reflexionar unos segundos sobre sus padres. A pensar cómo influyó el padre que cada uno tuvo (o no tuvo, o perdió) en lo que somos y hacemos hoy en día.

Si pienso en la generación de Baby Boomers (nacidos entre 1946 y 1965) me viene a la cabeza el cliché “Ya vas a ver cuando venga tu padre”. Cliché que nació del lugar común del padre que no estaba presente, pues era el proveedor, pero cuando llegaba representaba la ley y el orden. Mientras tanto, los niños y niñas y la madre pertenecían exclusivamente al orden de lo doméstico. 

Más adelante, les millennials empezamos a ver atisbos de padres más presentes en ciertos aspectos de la crianza. La madre que trabajaba ya era algo común, pero en mayor porcentaje las tareas de cuidado y del hogar recaían sobre ellas. 

Lo cierto es que la figura paterna, esté presente de manera física o no, nos aporta modelos identitarios, referencias sobre qué significa ser un hombre en la sociedad y esto juega un rol clave en la construcción de la identidad y en nuestras expectativas.

Suele decirse con el aval de muchas escuelas psicológicas que las niñas que han sufrido maltrato por parte de su padre pueden llegar a pasar por situaciones similares siendo adultas. También se ha debatido que crianzas más empáticas en mayor medida aportan al desarrollo de personalidades más consistentes.

Sin embargo no debemos caer en estos determinismos, ya que cada persona tiene su historia, su complejidad y un padre negativo no es sí o sí causal de una vida disfuncional.
Pero esta figura sí que aporta y marca el resto de nuestra existencia.

Hoy en día podemos decir que la igualdad de género se encuentra en un firme y constante avance y que la lucha del feminismo también infunde aires de liberación para los varones, a quienes el modelo patriarcal también ha afectado.

Por fin logramos dejar atrás la figura del padre distante y castrador, cuya función es la de proveer alimento y llegar cansado y arrastrando el maletín a casa.

Hoy podemos empezar a nombrar el concepto de paternidad positiva, definida por una masculinidad que se cuestiona los roles de género o por lo menos tiene interés en escuchar debates al respecto.

En muchísimos casos los padres de hoy, digamos la generación nacida entre 1980 y 1994, realizan tareas que tal vez sus padres no hacían. Este cambio no tiene que ver sólo en cambiar lo que vieron en sus progenitores y los de sus amigos, sino que responde a cuestionamientos sobre la desigualdad en las tareas de cuidado y del hogar en cuanto al género. 

Según investigaciones, el 49% de los padres heterosexuales del país realiza tareas de la casa. Porcentaje que aumenta el 66% si sumamos los hombres que no son padres.

Indagando un poco más, podemos inferir que muchas veces la igualdad tan valorada en las parejas heterosexuales no puede ser llevada a cabo por factores externos, como salarios inferiores para las mujeres y falta de licencia por paternidad.

Lo cierto es que los hombres al día de hoy han transformado su identidad para saberse cuidadores, actores activos de la crianza, orientadores y limitadores de sus hijes. Esto no sólo aporta y enriquece la infancia, sino que al mismo hombre le provee una mayor capacidad emocional y pedagógica.

Con esto no quiero decir que cualquier hombre de una generación previa a les Millennials no haya sido un padre positivo ni pueda aprender a serlo.
La discusión sobre estereotipos de género, roles, derechos e igualdad está presente cada vez más en la sobremesa de las familias argentinas.

Y, por suerte, hay cada vez más padres, abuelos, amigos, tíos que están dispuestos a escuchar, a criar desde la empatía, a ser hombres buscando la igualdad pero también el propio crecimiento y evolución. Que al cambio y al aprendizaje no se les suelta la mano cuando la juventud se va agotando. A todos esos, feliz día.

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