La Argentina es un país que incurre permanentemente en los mismos errores, por lo tanto no es difícil imaginar que puede haber aquí un rebrote, con las cuarentenas eternas, la caída de la producción y la obsesión irreductible de la vicepresidenta de querer cambiar la Justicia para salvarse de la cárcel.

Entonces, con estos antecedentes, el rebrote está a la vuelta de la esquina. A no alarmarse porque los argentinos estamos condenados a repetir errores.

La Cámpora quiso escapar de la imagen de fanáticos fundamentalistas que merecieron y eligieron con la teoría del consenso fundamentalista para hacerlo.

Se la podría denominar la ideología del consenso, porque se trata de un conjunto de ideas conformadas por un sector o clase para su propio beneficio, reza la teoría. Entonces, el consenso forzado puede llegar a ser una especie de forma de dominación.

La Cámpora no tiene retorno si no se diluye en el peronismo, pero para eso debe convertirse en peronista. Algo que no es y que no puede asumirlo por el solo hecho de quererlo.

No comulgan con la conciliación de clases y sólo buscan el conflicto tal como se los enseñó su jefa, una mujer que guarda el resentimiento de su origen. Sólo eso, porque mal no le ha ido.

Pudo enganchar, como dicen mis amigos españoles, a un señor feudal del sur patagónico, miró hacia otro lado mientras se apropiaba de los fondos públicos, eligió no verlo y mantuvo un matrimonio virtual o vía zoom cuando se sumaban sus hijos. Pero recogió todos los beneficios de un poder ejercido mediante el arbitrio y la discrecionalidad.

Días atrás, el camporismo recibió un cachetazo de la realidad. Pretendió manejar la visita de un ministro pero éste hizo su propio juego y los trató a todos de la misma manera. Hasta el gobierno municipal ligó algo de esa equidad.

Por lo tanto, La Cámpora -con esa postura fundamentalista- terminó haciendo todo el gasto para producir un hecho político que no la benefició sino que la terminó exponiendo.

El aguante vecinal

Con todas las internas que pudiesen existir el oficialismo está más tranquilo que el peronismo, que tiene mil problemas para convivir.

Ahora, el camporismo deberá contrarrestar el avance del peronismo no kirchnerista que también quiere pelear por el partido.

La gestión municipal debe enfrentar también la carpa de los municipales porque no pudieron consensuar un aumento salarial. Pero ¿cómo lo van a acordar si a las negociaciones no va el secretario general?. Stuppia ha optado por esconderse y mandar a algunos cuatro de copas a negociar que van con un mandato cerrado y sin ninguna estrategia para discutir un aumento de sueldo.

Se sientan y escuchan la oferta municipal, luego la llevan a su gremio y su jefe les dice que no, que van a responder con una carpa. Esa es la lucha o el carácter de la lucha de los municipales que bastante esfuerzo tributario les significa a los vecinos.

La comunidad ha tenido demasiada paciencia frente a la arremetida del gremio municipal. Lograron lo que querían cuando los encargados de la negociación eran Jorge Larreche y Gastón Acosta, que -lo mismo que Stuppia- no presentaban batalla en la discusión.

Total, el pueblo paga.

Ambos funcionarios (que ya no están) y el jefe del gremio llevaron el gasto de personal a un 60 por ciento del presupuesto, mientras que a los vecinos no les quedaba otra alternativa que soportar.

La situación es paradojal. Los concejales que se beneficiaban por esos aumentos luego observaban hipócritamente la incidencia del gasto del personal en el presupuesto. Ellos cobraban más, pero hacían como si les molestara lo que se gastaba. Algo de locos o de cínicos de un cuerpo que hoy no tiene ningún peso en la vida institucional.

Entonces, la situación es ya un grotesco. En poco tiempo el Municipio quedó rodeado por carpas de protesta sin que nadie mueva un dedo para desalojar ese foco infeccioso de Covid-19 que no guardan un solo protocolo.

Al punto que hoy el Paseo Jesús Mendía y el frente del Palacio San Martín se parece más a un camping que a un polo institucional.