Inexplicablemente, el Gobierno cerró las exportaciones de cortes de carne que los argentinos no consumen. Javi, mi amigo de Madrid, extraña el sabor de nuestra carne y se queja a menudo porque no entiende la lógica del gobierno. “Vosotros todavía estáis con esa estupidez de la oligarquía vacuna y la quieren perjudicar con estas medidas. ¿Hasta cuándo les va a durar este odio de clase?” me interpela, como si yo tuviese alguna culpa de lo que está pasando.

Es que para mis amigos, como yo pertenecí alguna vez al peronismo creen que sigo con la misma manera de pensar y uno ha cambiado radicalmente de todo ese relato del siglo diecinueve que también envenenó la mente de muchos argentinos.

Hoy, esa oligarquía vacuna de la que habla el kirchnerismo no tiene siquiera para pagar el gas y la luz, y le quedan apenas unas porciones de campo. Las leyes de herencia hicieron la reforma agraria que tanto reclamó la caduca izquierda nacional.

Pero, bueno, tenemos una Vicepresidenta muy resentida, que a su vez le ha quemado la cabeza a muchos de sus hijos políticos de La Cámpora, y un Presidente sin personalidad que no sabe ya qué hacer para que no lo muevan de Olivos.

El mundo no entiende la medida del cepo a la carne y sostienen que lo que los clientes que le compraban a la Argentina ahora buscarán otros proveedores, porque ellos también tienen su demanda de carne y no le pueden fallar a sus clientelas.

Es en vano. El kirchnerismo no sirve para dialogar con nadie, no lo sabe hacer y sólo sabe patotear u obedecer, que es el código de conducta del verticalismo. Además, como la fábula del escorpión y la rana, en algún momento te va a envenenar pese a que sabe que si lo hace muere con su víctima.

El despotismo

Ahora, ante la falta de vacunas, ha decidido  continuar con su régimen de encierros sin plazos. No se entiende mucho la actitud de los intendentes que se someten a una lógica inconcebible para ciudades como la nuestra, que sólo tiene cuatro muertes por semana. La obediencia es muy fuerte y prefieren someterse a pararse con dignidad. Es que detrás está el látigo y la billetera y los municipios necesitan de esos fondos.

La Argentina en general está invadida por un régimen policial y profundamente autoritario. Es casi un neototalitarismo que ha logrado someter a la gente y a quienes no pertenecen a su color político.

Ayer, el centro de Olavarría se había despoblado y los hogares explotaban por el odio y el cansancio de tanta insensatez. Los bares y restaurantes presentaban mesas desiertas y los comercios ya no saben cómo van a hacer para afrontar el pago de sus impuestos, tasas y salarios.

El panorama es siniestro. La sensación es que en algún momento, con estos tipos y tipas, el país va a explotar y todo va a volar por los aires como si fuera una olla a presión desbordada.

Este es un momento especial. La población está esperando que alguien represente el ánimo y la voluntad popular y se plante de una buena vez, pero la oposición nacional sólo se limita a acompañar la histeria y la locura que brota de los dos o tres principales mandatarios que han demostrado que sólo saben odiar.

¿Qué esperan? ¿Que lleguen los tiempos de elecciones para demostrar su disconformidad? ¿Es que se puede retener durante tanto tiempo la bronca popular?.

La gente puede aguantarse cualquier cosa, hasta las infidelidades, pero no el despotismo como el que amenaza con quedarse con la vida y la libertad de las personas.

El Gobierno le cerró la llave de paso a las exportaciones de carne, pero dejó la tiranía y el despotismo con canilla abierta.