El intendente Ezequiel Galli, muy contrariado por la multiplicación de los contagios, resolvió aplicar un castigo general contra algunas faltas particulares. Cuentan que entre los organizadores de asados colectivos se encuentran una profesional de la salud (que no escarmienta) y un dirigente gremial del cual circuló un audio en el que pretendía tranquilizar con la amplitud del espacio que ofrecía.

La primera, según cuenta la leyenda, lo habría hecho para calmar la ansiedad de su hijo y del resto de sus compañeritos de jardín, y el resultado fue que ahora los padres están mucho más ansiosos que antes por la propagación del virus. La psicología dice que estas conductas son llevadas a cabo por los “cabezas de termo”, una categoría que ha surgido en los últimos tiempos a raíz de su reiteración.

El otro asado infractor lo habría organizado, según el escrache, el titular de un gremio aunque habría que investigar si ambos son causas de los contagios posteriores. Porque no porque se hayan hecho antes son causas de lo que sucedió después.

Parece que sí y ambos organizadores no son conscientes del daño que hacen.

Tanto es así que la Unión Industrial vuela de bronca porque ahora se vuelve a cerrar la economía en la ciudad y se regresa a la línea de largada.

Pero la estupidez es infinita decía Einstein. En el Twitter alguien se lamentó porque a su equipo le habían metido el gol “en el tiempo suplementario”, lo que indicaría la existencia de otra transgresión.

Los perjudicados por estos “cabezas de termo” son los olavarrienses y la economía local, que vuelve a paralizarse por otros quince días. No en vano decía el científico que “existen dos cosas infinitas: el universo y la estupidez, y no estoy seguro de que lo primero lo sea”.

La familia, primero

También las avivadas cercanas a la corrupción suelen tener el atributo de infinitud en la Argentina. Un relato bonaerense, en el que por razones obvias se omiten los nombres, narra cosas propias de un cuento de terror al estilo de Stephen King, o “Los conjuros” o cosas parecidas.

El fantasma de esos seres inmanejables y terroríficos suelen deambular en los despachos judiciales y del Estado en general. Son como virus irreconocibles a simple vista y hasta el momento el país no ha logrado -ni tampoco ha querido hallar- ni la cura ni la vacuna para librarnos de esta pandemia llamada corrupción.

Dicen que en un remoto pueblo del interior bonaerense, una importante empresa confió en los servicios de un abogado para enfrentar un juicio laboral de quien había sido uno de sus empleados.

La historia transcurrió dentro de los caminos procesales conocidos, carta documento que va, otra que viene, burocracia mediante, el juicio parecía prosperar hasta que un día un hada madrina mágicamente toca con su varita mágica al letrado y lo habría transformado en un juez. Y su rol ahora no ya no sería el de patear el penal sino de cobrarlo.

El juicio era algo jugoso y no se lo quería perder, por lo tanto lo habría transferido a un familiar o a un abogado de confianza que oficiaba de letrado independiente. Luego él decidiría simulando por ahí alguna independencia con el caso.

Cuenta la historia que su estudio habría comprado el juicio y lo habría continuado por su cuenta, pero no para ayudar al trabajador sino para sacar algún rédito de la transacción.

En fin, los que saben de estos temas sostienen que el mecanismo es bastante frecuente y que se suele dar en los casos de mala praxis. Es decir, se compran los casos, se libera al demandante y luego se negocia la cifra resarcitoria.

El juicio continuó, y dice la leyenda que el buffet podría cobrar una cifra bastante jugosa. El árbitro, que había entrado a la cancha de la vida como delantero, se transformó en el árbitro del partido en el transcurso. Ahora tendría la misión de cobrar un penal decisivo, pero su nuevo rol lo exime de patearlo pero ya tiene un familiar para mandar la pelota a la red.

El cuento narra acontecimientos sucedidos en un pueblito, pero que a su vez puede llegar a ser una metáfora del país. Los actores son semejantes; esto es, una justicia inexistente o parcial, y con los platillos de una balanza que se acomoda a las circunstancias o a los intereses de quien decide.

La leyenda confirma aquello que decía el Martín Fierro: “La Justicia es como la daga, no corta a quien la maneja”.

Entonces, ¿mani pulite para cuándo?, ¿existe alguna posibilidad?. La pregunta es crucial y decisiva, porque si en este país no se le pone fin a la corrupción la salida está tan lejos como el fin de la pandemia.