Picardías del eterno retorno

UN CUENTO DE JOSE MANUEL FERNANDEZ.

Cultura 15/11/2020 Primera Info Primera Info
CUENTO15

Ya no había luz en sus ojos.

De a poco se fue deshojando, de una forma paulatina, tranquila, rozando lo patético. Se iba apagando, cumpliendo el tedioso proceso natural. Sin ninguna pirotecnia, sin ningún espasmo que desgarrara su piel, su carne, o que partiera en mil pedazos sus huesos. Se iba hundiendo cada vez más en aquel colchón mojado por el sudor, por su propio sudor mal oliente. Las manos de su amigo lo apretaban, trataban de tironearlo a este mundo, traerlo para acá. Pero ya no había forma. La muerte se relamía con sus treinta y tres de mano, a punto de ganar un falta envido mentiroso y desesperado que le sacudió la vida.

Los recuerdos lo visitaban casi como pidiendo permiso, porque ya ni eso era tormentoso. Todo se entremezclaba con el aire caldeado y amarillento de la habitación, alumbrada por los pequeños rayos de sol que desgarraban el postigón de chapa, desnudando las partículas de polvo que se desprendían de todos lados. Sus quejidos se confundían con el suspiro cadencioso del tango que sonaba en la radio y aventuraban algún ronquido que se escapaba por sus labios secos. Su amigo seguía ahí, en la espera, sosteniendo su mano, esa mano áspera y huesuda que delata a los hombres de corazón atrevido. Su respiración agitada resultaba imposible de esconder debajo de las sábanas sucias. La angustia pareció dibujarse en su rostro, de nuevo. La sangre pálida y lerda dejaba fluir esos recuerdos desdibujados que de a poco comenzaban a tomar forma y a colorearse.

Sintió el golpe fuerte del cuero redondo y desforrado en su cabeza, mojado por el pasto húmedo del baldío. Un grito de gol y la picazón dolorosa en la frente. Ese dolor placentero que trae el sacrificio, porque al fin entendió que hay placeres que duelen. El grito desgarrador del gol de potrero, el abrazo de sus compañeros y la mirada de ella.

Con un espasmo en el vientre, y un dolor que lo retorció en la cama vino la mirada de ella. Esa sensación de amor que no puede escapar a la eterna dualidad que lastima y gratifica. Esos ojos que se clavan en el corazón y que es imposible arrancarlos sin dejar un callo áspero que nos anestesia.

La sensación de lo inconcluso fue como un fuego que lo abrazó. Apretó con fuerza la mano de su compañero. Sus deseos de vida eran más fuertes que su cuerpo podrido y blando. Abrió la boca con fuerza y sus pupilas se dilataron. Su pecho se retorció para gritar y en ese intento de grito su alma escapó hacia la libertad. Enseguida sintió que resbalaba por un túnel carnoso y húmedo, su cuerpo estaba blando pero nuevo, suave. Ese último grito que quería escapar hace un rato salió en forma de llanto.

Había nacido otra vez. Quién sabe si a volver a vivir la misma vida de hace 90 años atrás.

 

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