Murió un ídolo y nace un relato. Constructores y las colas sucias

Dicen que Dios se hizo hombre porque el Cielo lo aburría y prefirió enfrentar los errores de la vida. Pero cuenta la leyenda que eligió ser jugador de fútbol para tomar la vida de otra manera.

Ya había probado con Prometeo, pero debió castigarlo porque se había animado a enfrentarlo y no quería más drama. También se transformó en Jesús, pero debió enfrentar un final agónico y trágico. Y no quería saber nada más con esos destinos para sus hijos. Por eso optó por transformarse en un tipo especial de un juego también extraño que habían inventado los ingleses, y como Dios suele ser alguien a quien le gusta hacer bromas decidió vengarse de sus fundadores.

Un día bajó a la Tierra y eligió un país ya castigado por sus propios políticos para compensarlos de alguna manera. Cuentan que eligió un club de barrio creyendo que por llamarse Argentinos, representaba a todos, y optó por él para asomar su deidad y en un juego aparentemente intrascendente.

Decía San Pablo: Dios está en las cosas viles y despreciadas para confundir a los sabios, y eso es lo que pasó. Ese hijo de la deidad también nació en una casa con piso de tierra y cuando cumplió dieciséis toda la Argentina ya hablaba de él.

Ese hijo comenzó a asombrar a todos provocando por momentos el olvido de sus infortunios. Se llamó Diego y la gente olvidó su apellido, como suele ocurrir con quienes van adquiriendo notoriedad.

En España, fundamentalmente en Barcelona, todavía se lamentan no haberlo retenido y temen que pase lo mismo con Messi. “Somos una máquina de triturar gente”, se quejan mis amigos catalanes. “Nos perdimos un jugador mágico y ahora podemos perder al otro que dio la historia del fútbol” dicen.

“Vosotros son especialistas en utilizar a los muertos” ironiza otro, refiriéndose al velatorio en la Casa Rosada. “Exprimieron a Eva, luego a su esposo y posteriormente a Kirchner. Ahora también a Maradona. Por Dios!, son también una máquina de exprimir muertos porque a los vivos los encierran un año y los ajustan como lo están haciendo ahora con los jubilados”.

El Gobierno verá entonces si puede revertir su imagen con este relato, uno de los tantos que han ido creando a lo largo de la historia. Los números ya no le dan bien en su propio territorio que es el Conurbano, y ni comprando encuestadores pueden convencer de un resultado favorable en las legislativas del año que viene.

El muerto y el degollado

En Olavarría La Cámpora ya ha tomado las riendas de la campaña. Sus dirigentes son quienes traen las pocas obras que bajan así no les corresponda hacerlo; lo principal es correrlo al Intendente, que queda muchas veces afuera de toda relación institucional con la Provincia.

El camporismo aplica prácticas conocidas en el peronismo y cree que dan resultado. En el mundo sindical, los mineros están como desconcertados por la actitud del Gobernador de visitar a Loma Negra justo en un momento en el que el gremio libraba una lucha sin cuartel con la empresa.

El peronismo prefirió reunirse con los empresarios y no con los obreros, que fue la columna vertebral del movimiento.

Para colmo se deben tragar además la gastada de la Uocra que le hizo una manifestación en la cara. Hablando de ese gremio, su titular Gerardo Martínez se desmarcó de la dirigencia imputada por varios delitos y la juzgó muy mal diciendo que el sindicato se estaba quitando las malezas. Además sermoneó con que los representantes deben dar el ejemplo, y lo decía alguien que llegó al sindicato y a la conducción máxima de la mano de un militar de la última dictadura. Y sin conocer siquiera una pala o un fratacho.

Loma Negra se ha transformando en un reducto de sindicatos diversos. Sólo faltan los docentes y cartón lleno. Y en la Casa del Trabajador lo están consolando a su jefe, el concejal Juan Sánchez, quien quiso hacer un acting en el Concejo Deliberante con el tema Maradona y luego se fue como quien se retira de una reunión familiar o de un café, y no de una institución en la cual existen protocolos para moverse.

Pero, es Argentina, un país en el que valen más las emociones que las normas.